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Está presente en la entrada de todas las parrilladas: junto a su fiel compañero, el chorizo, forman el popular “matrimonio”. Algunos la comen fría (preferida de los parrilleros, a modo de picada, tinto en mano, mientras apuran el asado) y otros calentita.

“Lo importante en la morcilla es la calidad de la sangre. Se podrían dividir en tres tipos. La que es más oscura es de más calidad. Para mí, es un clásico que siempre estuvo y estará en el asado. Recuerdo que en la previa con mi abuelo la comíamos fría con pan. Como era lo último que se ponía en la parrilla, la cortaba en rodajas y la acompañaba con un vermouth”, cometa Gastón Riveira, chef de La Cabrera y agrega: “¡He probado hasta ñoquis de morcilla! Es algo que me gusta mucho aunque sé que hay mucha gente que no piensa igual por el tema de la sangre y demás”.

Tanto en el País Vasco como en Argentina es considerada un producto con mucha personalidad y profundidad como para abrir una buena mesa. Por eso, su propuesta es incorporarla en formato albóndiga. Mezclada con bechamel queda muy suave y es ideal para los que todavía no están muy convencidos de las virtudes de este embutido.

“Este embutido es un producto que tiene tantos adeptos como detractores. Muchas personas le tienen idea, pero cuando se animan a probarla descubren un alimento con un sabor increíble. Es un producto que me encanta y no solo para el asado. Es un ingrediente súper sabroso, lleno de hierro, calcio y proteína, más allá de su aporte calórico. Ideal para combatir la anemia, por ejemplo. Recomiendo comerla con algo dulce, como por ejemplo manzana, pera, miel e incluso con algunos quesos intensos”, reflexiona Valeria Erlich, chef de PL, quién en su restaurante la utiliza como ingrediente principal de un risotto con hinojo caramelizado que aporta sabor dulce y sabor anisado.

FUENTE:

Diario Clarín